jueves, 6 de noviembre de 2008

Ese lugar que no puede llamarse hogar

Hay quienes se preocupan por si esta temporada, los zapatos de moda se muestran poco accesibles al bolsillo, por si el guardarropa también se resiste al cambio y peor si el tema de los mercados financieros o el dólar influyen en la vacaciones de este verano. Y hay otros que inexorablemente están fuera de esta realidad. Personas que son algo así como una fotografía cruel de la cotidianeidad de otros. Que van de a poco haciéndose parte del paisaje.
María Lidia es una abuela de aproximadamente 90 años. Vive en el pasillo de una zapatería ubicada en Cabildo al 1600, justo a la salida del subte D, estación José Hernández. Allí tiene sus bolsos con ropa y lo que llama la atención, una escoba y una palita prolijamente embaladas. Las vendedoras de la zapatería, les guardan los bolsos de día en el interior de la tienda. “Tengo miedo de que me roben cuando me voy a cuidarle la casa a las señoras”, dice esta abuela que tiene los ojos llenos de tristeza. Según ella, está esperando “que le salga la jubilación”. Ha trabajado gran parte de su vida como empleada doméstica en casas de “señoras de alcurnia” y siempre ha aportado para su retiro. El cual no espera que sea mucho, pero quizás le sirva “para alquilarse una piecita”.
Los familiares de María Lidia viven lejos y tampoco tiene un buen pasar. Cada vez que ella los va a visitar les cocina sus “especialidades y es un plato. Nos ponemos al día de la vida, nos reímos mucho”. Al evocar a su familia, se le llenan los ojos de lágrimas. Pero es un llanto que va más allá, que tiene muchos años.De pronto, en medio de la charla su discurso toma un cariz social y esta mujer se parece a la directora de un establecimiento educativo. “Me duele que la sociedad esté así. Que la familia ya no sea el baluarte de nuestro país. Vos ves a muchos chicos perdidos por ahí, sin apoyo, sin afecto y se te parte el alma. Porque en verdad, hay que asumir que hay personas que tiene cierta maldad pero hay otras que simplemente, no tienen opción”.
Y charla sobre la sociedad, sobre la vida, sobre la bondad de mucha gente en la que realmente cree. Todavía suelen llamarla las “señoras”de algunas casas, para que se las cuiden cuando se van un fin de semana, “o de día si no están, me dejan asearme. Yo aprovecho y les ordeno un poco la casa también porque no quiero aprovecharme”.Es difícil pensar que esta mujer de gestos delicados y buenos modales, quiera aprovecharse de alguien. No interfiere con la gente que acude a la zapatería, ni aprovecha el lugar para mendigar. A veces vuelve más temprano en la tarde, pero la idea es no molestar a los que amablemente la dejan guarecerse allí. Cada mañana y cada la noche, barre su pasillo para armarse su lugar en el mundo, sin odios ni rencores. María Lidia sólo espera que las cosas mejoren por el bien de cada persona de este país.
Si podés ayudarla, aunque sea sólo con una charla, ella está todos los días antes de las 9 y después de las 18.30 h en la zapatería OGGI .

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