jueves, 9 de octubre de 2008

La crisis habitacional, ¿a dónde iremos a parar?

¡Oh Barrio! Que me has visto nacer
y por tus calles correr.
Todavía siento la fragancia
que emanas al amanecer.

¡Oh!, (a otro Barrio) tu fisonomía cambia
pero tu esencia va más allá
dobla en la esquina
y se toma el 4 ramal “A”.

¡Oh!, (a otro Barrio) siempre pienso en ti
me he ido una, dos veces, mil.
pero nunca he olvidado
lo que has sido para mí.

¡Oh!, (a otro Barrio) ¿Qué voy a hacer?
A fin de mes termina el contrato de alquiler,
me vuelvo a mover;
otra vez te tengo que conocer.

¡Oh!, (a otro Barrio) Ya ni sé cómo te llamas
de tantas veces que me tuve que mudar
la tierra se negocia
no tengo donde un hogar asentar.

¡Oh!, (a otro Barrio) Ya nada es como antes
somos deambulantes.
dando vueltas por la ciudad
buscando un lugar donde parar.

De Almagro me fui en Caballito,
y a San Telmo le recé por mi Retiro
Once Flores llevé a la Recoleta
y sólo por esta no las llevé a Floresta.



Me cambio de barrio como de calzón

David Levy


El poema de David es síntoma de la cruel realidad del problema habitacional que acecha la ciudad. En Buenos Aires alrededor de 500 mil personas tienen serios problemas con respecto a este tema.

Pero la pérdida de la relación con el barrio es casi banal cuando 150 mil habitantes de la ciudad viven en villas miseria, 200 mil en casas ocupadas, 150 mil residen en conventillos, inquilinatos, hoteles y pensiones y más de tres mil se encuentran en situación de calle, según el Censo Nacional de Población que el INDEC realizó en el año 2001.

La época en la que las familias se asentaban en un lugar, con su casa propia, ha quedado en el recuerdo de algún viejo que no lo invadió el Alzheimer.

Por suerte el gobierno ha tomado cartas en el asunto. El Instituto de la Vivienda de la Ciudad de Buenos Aires planeó la construcción de 25 mil casas, las cuales debían realizarse a partir del año 2002 y estar listas para el 2006.

Agarremos la calculadora: si sumamos las 150 mil personas que residen en las villas, las 150 mil que viven en conventillos y hoteles, las 200 mil que están en casas ocupadas y las tres mil que viven en la calle, nos da como resultado: 503 mil personas. Para 25 mil casas son alrededor de 20 personas por casa. ¡Cuánto calor humano!

No es necesario ser jefe de cátedra de análisis matemático para notar que la política de la ciudad de Buenos Aires en relación a la tan nombrada situación habitacional deficitaria es un tanto deficitaria. Claro, sin nombrar que tales viviendas nunca fueron construidas.

Pero, ¿no estamos en pleno boom inmobiliario? ¿No es acaso este el mejor momento del sector de la construcción? Si miles y miles no tienen casa propia y estamos en un acelerado proceso de construcción, el problema debería resolverse en poco tiempo. No, nada es tan sencillo como parece.

Esas construcciones no están destinadas a mejorar las condiciones habitacionales de estas 500 mil personas. Están, contrariamente a lo que se podría pensar, ocasionando su expulsión. Es decir, que la furia por desalojar tiene como punta de lanza al propio Estado en su carácter de propietario. ¿Tendrá algo que ver con la intención vender esos predios fiscales y terrenos públicos?

Por otro lado, el Instituto de la Vivienda de la Ciudad no sólo se propuso la construcción de hogares que nunca se construyeron, sino que fue por más. Puso en marcha el funcionamiento de diferentes programas para la construcción y refacción de hogares, más el financiamiento para la compra de viviendas; pero el uso real de estos créditos se contradice con sus fines. Ante el interés por deshabitar las casas y hoteles ocupados, evitando la vía judicial para acelerar los negocios inmobiliarios, estos planes hacen las veces de incentivo para estimular a las familias a que abandonen pacíficamente las viviendas.

Ahora bien, cuando nada de esto funciona, existe un último recurso. Las familias que finalmente el gobierno desaloja de estas casas tomadas son enviadas, por el mismo gobierno, a alguno de los casi 70 hoteles contratados por él en la ciudad. Paga, para esto, entre 4 y 5 pesos por persona. En esas condiciones hay aproximadamente setenta mil personas. Reorientar esos fondos hacia soluciones habitacionales perdurables, no parece ser por ahora la intención.

Un espacio para todos

Los espacios verdes públicos de la ciudad siempre han sido un tema de conflicto.
Algunos gobiernos han hecho hincapié en la reconstrucción de las plazas. Es el caso del gobierno de Jorge Telerman, que durante su campaña se encargó del arreglo y decoración de muchos espacios verdes. Pero sólo fue eso: una “lavada de cara” efectuada en momentos decisivos de su gestión. Una vez finalizadas las elecciones, los gobiernos terminan haciendo oídos sordos a los reclamos de los vecinos.

Estos reclamos se vienen escuchando desde 1993, cuando se fundó la Asamblea Permanente por los Espacios Verdes Urbanos (APEVU). En agosto de ese año se realizaron las Primeras Jornadas por los Espacios Verdes Urbanos-Ciudad de Buenos Aires y alrededores. En ese momento se adhirieron unas 30 entidades vecinales de Capital y Gran Buenos Aires.

El arquitecto Osvaldo Guerrica Echevarría, presidente de la Asociación Amigos del Lago de Palermo y representante de APEVU, señala que desde entonces han realizado diversos encuentros y convocatorias. “Hicimos Las jornadas por los Espacios verdes, después tres Congresos Ambientales (en 1997, 1998 y 1999) y los Encuentros en defensa de las Tierras Públicas”. Explica que la asamblea brega por varios aspectos: la creación, el recupero y la protección de espacios verdes. “Entre el año 1995 y el 2005 se han logrado 60 hectáreas de nuevos espacios verdes, generados por las distintas asociaciones vecinales”. Sin embargo, el arquitecto afirma que “las asociaciones desaparecen ante la inauguración que hacen los intendentes o jefes de Gobierno. En realidad sólo van a cortar la cinta. Antes de esto, hubo cinco o diez años de lucha de una asociación vecinal”.

Uno de los últimos logros de APEVU fue la recuperación de 10 hectáreas del Parque Tres de Febrero que estaban invadidas ilegalmente por clubes y varias concesionarias, y todavía falta recuperar otras 30 hectáreas. Guerrica asegura que “el club de Gimnasia y Esgrima, tradicional pirata e invasor de espacios verdes, quiere hacer un estadio para 12 mil personas en un área de protección histórica. El presidente del club es amigo de Macri”. Y agrega que “el gobierno actual de la ciudad es un desastre, no hay con quien hablar. Se han acentuado los problemas de antes”.

El presidente de la Asociación Amigos del Lago de Palermo apunta con más dureza al decir que “el propósito no es solucionar los temas, ni generar espacios verdes, el propósito es hacer negocios. El ministro de Ambiente y Espacio Público, Juan Pablo Piccardo, es un ex presidente de Isenbeck que lo echaron de la empresa por malversación de fondos”.

Por último, Guerrica Echevarría asegura que, a pesar de los obstáculos, su lucha es continua y que por eso están organizando para fines de noviembre, junto con otras redes, una convocatoria llamada “Queremos Buenos Aires”. Un espacio que no sólo atenderá a los espacios verdes sino que se preocupará de la Emergencia urbana, ambiental, social y patrimonial del Área Metropolitana Buenos Aires.

Para más información: http://www.apevu.blogspot.com/

Perdido en el tiempo

Fue un descubrimiento de esos que cambian la fisonomía del lugar, de una vez y para siempre. A dos cuadras de la estación Barrancas de Belgrano, derecho por la calle Juramento hacia el bajo está la tienda del “Abuelo”. Así le dicen los vecinos del barrio a este hombre que, perdido en su local atiborrado de botones, levanta su mirada atenta para recibir a los visitantes.
Las ventanas grises por el polvo, el mostrador de madera apolillado y las interminables cajas con incontables botones de todos los estilos y tamaño envuelven al “Abuelo” en una dimensión irreal. Los compradores casuales son también casi personajes de Tim Burton. Lo cierto es que este hombre de edad y nombre inciertos, se mantiene con este local y una jubilación irrisoria, fruto de un trabajo en el Estado que según sus palabras le “dieron más disgustos que alegrías”, pero que por lo menos mantenían feliz a su esposa. Ese local fue de su mujer según deja entrever en su discurso.
Ella falleció hace muchos años, no se acuerda bien cuántos. Y con su muerte se cerró una etapa de su vida. “El peor usurero- para este hombre de mirada gris- es la soledad” . No cuesta adivinar por qué. Pese a su lento caminar y al cuerpo que parece caérsele encima, todas las mañanas le pega una barrida a su tienda, levanta la persiana y se sienta en la silla, bien en el fondo oscuro donde apenas pueden verse sus canas. El “Abuelo” no recibe proveedores, ni cuentas de luz, ni inspectores de AFIP. Está más allá de la crisis financiera mundial o de las renovadas marchas del campo, de docentes y de taxistas. “Yo, a esta altura, no espero nada de la vida. Trabajo y me alimento como siempre. Sólo quiero estar en paz y que a todos les vaya bien”.
Sin embargo, cada día este hombre aguarda la llegada de alguien que busque alguno de esos miles de botones, quizás para vivir una fugaz compañía.

El local del “Abuelo” se encuentra en Juramento 1453. No quiso darme una entrevista. Sólo charlar.

De nombres y misterios


Ubicado sobre la Avenida más larga de Buenos Aires con la que comparte el nombre, se ubica el Parque Rivadavia, pulmón del barrio de Caballito y un testigo perenne del pasado.
El predio que ocupa el Parque pertenecía a Ambrosio Lézica. En ese lugar se ubicaba su quinta familiar; pero el 17 de julio de 1928 se transformó en un espacio público. La inauguración estaba demorada desde 1913 debido a que los herederos de don Ambrosio pretendían mayores cifras en la expropiación del predio, como así también que el Parque llevase su nombre, pero no lo lograron.
Lézica, un vivaz hombre de negocios, había incrementado su fortuna por ser proveedor de yerba y tabaco del ejército argentino en la guerra del Paraguay. “La ironía es que justo enfrente del Parque y de lo que antes era la quinta Lezica, se encuentra la Parroquia Nuestra Señora de Caacupé, patrona del Paraguay” explicó Marina Bussio, miembro de la junta de estudios históricos del Caballito.
Quizás otra de las ironías que envuelven a este lugar sea que en el mismo no se halle siquiera una estatua o recordatorio de Bernardino Rivadavia, personaje cuestionado por algunos historiadores debido a su relación con los funcionarios británicos, en especial por la firma del tratado de Libre Comercio y Amistad. En cambio, en el centro del Parque se erige el monumento al libertador Simón Bolívar, militar y político, libertador de América del Sur.
Más allá de todo, uno de los datos más coloridos y misteriosos que posee el Parque es su fantasma. El espíritu de la planchadora quien habría sido degollada en la parte trasera de la quinta. Aún hoy algunos vecinos dicen escuchar sus gemidos y otros afirman haberla visto vagar en la oscuridad del Parque.

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