y por tus calles correr.
Todavía siento la fragancia
que emanas al amanecer.
¡Oh!, (a otro Barrio) tu fisonomía cambia
pero tu esencia va más allá
dobla en la esquina
y se toma el 4 ramal “A”.
¡Oh!, (a otro Barrio) siempre pienso en ti
me he ido una, dos veces, mil.
pero nunca he olvidado
lo que has sido para mí.
¡Oh!, (a otro Barrio) ¿Qué voy a hacer?
A fin de mes termina el contrato de alquiler,
me vuelvo a mover;
otra vez te tengo que conocer.
¡Oh!, (a otro Barrio) Ya ni sé cómo te llamas
de tantas veces que me tuve que mudar
la tierra se negocia
no tengo donde un hogar asentar.
¡Oh!, (a otro Barrio) Ya nada es como antes
somos deambulantes.
dando vueltas por la ciudad
buscando un lugar donde parar.
De Almagro me fui en Caballito,
y a San Telmo le recé por mi Retiro
Once Flores llevé a la Recoleta
y sólo por esta no las llevé a Floresta.
Me cambio de barrio como de calzón
David Levy
David Levy
El poema de David es síntoma de la cruel realidad del problema habitacional que acecha la ciudad. En Buenos Aires alrededor de 500 mil personas tienen serios problemas con respecto a este tema.
Pero la pérdida de la relación con el barrio es casi banal cuando 150 mil habitantes de la ciudad viven en villas miseria, 200 mil en casas ocupadas, 150 mil residen en conventillos, inquilinatos, hoteles y pensiones y más de tres mil se encuentran en situación de calle, según el Censo Nacional de Población que el INDEC realizó en el año 2001.
La época en la que las familias se asentaban en un lugar, con su casa propia, ha quedado en el recuerdo de algún viejo que no lo invadió el Alzheimer.
Por suerte el gobierno ha tomado cartas en el asunto. El Instituto de la Vivienda de la Ciudad de Buenos Aires planeó la construcción de 25 mil casas, las cuales debían realizarse a partir del año 2002 y estar listas para el 2006.
Agarremos la calculadora: si sumamos las 150 mil personas que residen en las villas, las 150 mil que viven en conventillos y hoteles, las 200 mil que están en casas ocupadas y las tres mil que viven en la calle, nos da como resultado: 503 mil personas. Para 25 mil casas son alrededor de 20 personas por casa. ¡Cuánto calor humano!
No es necesario ser jefe de cátedra de análisis matemático para notar que la política de la ciudad de Buenos Aires en relación a la tan nombrada situación habitacional deficitaria es un tanto deficitaria. Claro, sin nombrar que tales viviendas nunca fueron construidas.
Pero, ¿no estamos en pleno boom inmobiliario? ¿No es acaso este el mejor momento del sector de la construcción? Si miles y miles no tienen casa propia y estamos en un acelerado proceso de construcción, el problema debería resolverse en poco tiempo. No, nada es tan sencillo como parece.
Esas construcciones no están destinadas a mejorar las condiciones habitacionales de estas 500 mil personas. Están, contrariamente a lo que se podría pensar, ocasionando su expulsión. Es decir, que la furia por desalojar tiene como punta de lanza al propio Estado en su carácter de propietario. ¿Tendrá algo que ver con la intención vender esos predios fiscales y terrenos públicos?
Por otro lado, el Instituto de la Vivienda de la Ciudad no sólo se propuso la construcción de hogares que nunca se construyeron, sino que fue por más. Puso en marcha el funcionamiento de diferentes programas para la construcción y refacción de hogares, más el financiamiento para la compra de viviendas; pero el uso real de estos créditos se contradice con sus fines. Ante el interés por deshabitar las casas y hoteles ocupados, evitando la vía judicial para acelerar los negocios inmobiliarios, estos planes hacen las veces de incentivo para estimular a las familias a que abandonen pacíficamente las viviendas.
Ahora bien, cuando nada de esto funciona, existe un último recurso. Las familias que finalmente el gobierno desaloja de estas casas tomadas son enviadas, por el mismo gobierno, a alguno de los casi 70 hoteles contratados por él en la ciudad. Paga, para esto, entre 4 y 5 pesos por persona. En esas condiciones hay aproximadamente setenta mil personas. Reorientar esos fondos hacia soluciones habitacionales perdurables, no parece ser por ahora la intención.
Pero la pérdida de la relación con el barrio es casi banal cuando 150 mil habitantes de la ciudad viven en villas miseria, 200 mil en casas ocupadas, 150 mil residen en conventillos, inquilinatos, hoteles y pensiones y más de tres mil se encuentran en situación de calle, según el Censo Nacional de Población que el INDEC realizó en el año 2001.
La época en la que las familias se asentaban en un lugar, con su casa propia, ha quedado en el recuerdo de algún viejo que no lo invadió el Alzheimer.
Por suerte el gobierno ha tomado cartas en el asunto. El Instituto de la Vivienda de la Ciudad de Buenos Aires planeó la construcción de 25 mil casas, las cuales debían realizarse a partir del año 2002 y estar listas para el 2006.
Agarremos la calculadora: si sumamos las 150 mil personas que residen en las villas, las 150 mil que viven en conventillos y hoteles, las 200 mil que están en casas ocupadas y las tres mil que viven en la calle, nos da como resultado: 503 mil personas. Para 25 mil casas son alrededor de 20 personas por casa. ¡Cuánto calor humano!
No es necesario ser jefe de cátedra de análisis matemático para notar que la política de la ciudad de Buenos Aires en relación a la tan nombrada situación habitacional deficitaria es un tanto deficitaria. Claro, sin nombrar que tales viviendas nunca fueron construidas.
Pero, ¿no estamos en pleno boom inmobiliario? ¿No es acaso este el mejor momento del sector de la construcción? Si miles y miles no tienen casa propia y estamos en un acelerado proceso de construcción, el problema debería resolverse en poco tiempo. No, nada es tan sencillo como parece.
Esas construcciones no están destinadas a mejorar las condiciones habitacionales de estas 500 mil personas. Están, contrariamente a lo que se podría pensar, ocasionando su expulsión. Es decir, que la furia por desalojar tiene como punta de lanza al propio Estado en su carácter de propietario. ¿Tendrá algo que ver con la intención vender esos predios fiscales y terrenos públicos?
Por otro lado, el Instituto de la Vivienda de la Ciudad no sólo se propuso la construcción de hogares que nunca se construyeron, sino que fue por más. Puso en marcha el funcionamiento de diferentes programas para la construcción y refacción de hogares, más el financiamiento para la compra de viviendas; pero el uso real de estos créditos se contradice con sus fines. Ante el interés por deshabitar las casas y hoteles ocupados, evitando la vía judicial para acelerar los negocios inmobiliarios, estos planes hacen las veces de incentivo para estimular a las familias a que abandonen pacíficamente las viviendas.
Ahora bien, cuando nada de esto funciona, existe un último recurso. Las familias que finalmente el gobierno desaloja de estas casas tomadas son enviadas, por el mismo gobierno, a alguno de los casi 70 hoteles contratados por él en la ciudad. Paga, para esto, entre 4 y 5 pesos por persona. En esas condiciones hay aproximadamente setenta mil personas. Reorientar esos fondos hacia soluciones habitacionales perdurables, no parece ser por ahora la intención.
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