Fue un descubrimiento de esos que cambian la fisonomía del lugar, de una vez y para siempre. A dos cuadras de la estación Barrancas de Belgrano, derecho por la calle Juramento hacia el bajo está la tienda del “Abuelo”. Así le dicen los vecinos del barrio a este hombre que, perdido en su local atiborrado de botones, levanta su mirada atenta para recibir a los visitantes.
Las ventanas grises por el polvo, el mostrador de madera apolillado y las interminables cajas con incontables botones de todos los estilos y tamaño envuelven al “Abuelo” en una dimensión irreal. Los compradores casuales son también casi personajes de Tim Burton. Lo cierto es que este hombre de edad y nombre inciertos, se mantiene con este local y una jubilación irrisoria, fruto de un trabajo en el Estado que según sus palabras le “dieron más disgustos que alegrías”, pero que por lo menos mantenían feliz a su esposa. Ese local fue de su mujer según deja entrever en su discurso.
Ella falleció hace muchos años, no se acuerda bien cuántos. Y con su muerte se cerró una etapa de su vida. “El peor usurero- para este hombre de mirada gris- es la soledad” . No cuesta adivinar por qué. Pese a su lento caminar y al cuerpo que parece caérsele encima, todas las mañanas le pega una barrida a su tienda, levanta la persiana y se sienta en la silla, bien en el fondo oscuro donde apenas pueden verse sus canas. El “Abuelo” no recibe proveedores, ni cuentas de luz, ni inspectores de AFIP. Está más allá de la crisis financiera mundial o de las renovadas marchas del campo, de docentes y de taxistas. “Yo, a esta altura, no espero nada de la vida. Trabajo y me alimento como siempre. Sólo quiero estar en paz y que a todos les vaya bien”.
Sin embargo, cada día este hombre aguarda la llegada de alguien que busque alguno de esos miles de botones, quizás para vivir una fugaz compañía.
El local del “Abuelo” se encuentra en Juramento 1453. No quiso darme una entrevista. Sólo charlar.
Las ventanas grises por el polvo, el mostrador de madera apolillado y las interminables cajas con incontables botones de todos los estilos y tamaño envuelven al “Abuelo” en una dimensión irreal. Los compradores casuales son también casi personajes de Tim Burton. Lo cierto es que este hombre de edad y nombre inciertos, se mantiene con este local y una jubilación irrisoria, fruto de un trabajo en el Estado que según sus palabras le “dieron más disgustos que alegrías”, pero que por lo menos mantenían feliz a su esposa. Ese local fue de su mujer según deja entrever en su discurso.
Ella falleció hace muchos años, no se acuerda bien cuántos. Y con su muerte se cerró una etapa de su vida. “El peor usurero- para este hombre de mirada gris- es la soledad” . No cuesta adivinar por qué. Pese a su lento caminar y al cuerpo que parece caérsele encima, todas las mañanas le pega una barrida a su tienda, levanta la persiana y se sienta en la silla, bien en el fondo oscuro donde apenas pueden verse sus canas. El “Abuelo” no recibe proveedores, ni cuentas de luz, ni inspectores de AFIP. Está más allá de la crisis financiera mundial o de las renovadas marchas del campo, de docentes y de taxistas. “Yo, a esta altura, no espero nada de la vida. Trabajo y me alimento como siempre. Sólo quiero estar en paz y que a todos les vaya bien”.
Sin embargo, cada día este hombre aguarda la llegada de alguien que busque alguno de esos miles de botones, quizás para vivir una fugaz compañía.
El local del “Abuelo” se encuentra en Juramento 1453. No quiso darme una entrevista. Sólo charlar.
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