jueves, 6 de noviembre de 2008

¿Quién Mató a Avellaneda?

En sus tiempos de localidad fabril y sindicalizada, Avellaneda fue protagonista de un asesinato que ocultó disputas políticas y luchas de poder. El crimen, toda esa trama de misterios y engaños, y las características de aquel polo industrial lindante con la Capital Federal, fueron magistralmente reconstruidas por Rodolfo Wash en el libro ¿Quién Mató a Rosendo?.

“Ciudad que se levanta temprano, resoplando en los hornos y las chimeneas de sus cinco frigoríficos, setenta fábricas de automóviles, máquinarias y aparatos, cincuenta metalúrgicas, cuarenta plantas químicas, treinta textileras, tres mil talleres chicos y más de cincuenta mil obreros industriales. Ciudad que se acuesta temprano, sólo quedaba un hilo de gente, en la avenida Mitre, en los cafés alrededor de la plaza Alsina, en el bar El Plata, en la confitería y pizzería La Real.”

Así pintaba al barrio con palabras al fin del capitulo Avellaneda. En esa localidad había ocurrido el asesinato que el periodista se dedicaría a investigar con la misma obstinación y rigurosidad con las que ya había reconstruido la “Operación masacre” y con las que develaría “El caso Satanovsky”.

En esas pocas páginas, el periodista y escritor describe magistralmente aquel polo industrial que era Avellaneda en la década del 60. Pero los mismos que se encargaron de quitarle brutalmente la vida a Walsh, como a tantos otros, arrasaron con el paisaje industrial que imperaba en ese entonces.

A Avellaneda todavía le restaría un golpe de gracia. Con Carlos Menem sentado en el sillón de Rivadavia. la década del 90 agudizaría la apertura neoliberal iniciada por Videla y Martínez de Hoz.. Este Modelo insertó profundos cambios que involucran a la economía, la política y la cultura. Se puso fin al modelo de Estado-Nación a través de un achicamiento del mismo que le quitó injerencia en la sociedad.

La transferencia de activos hacía el sector privado, políticas basadas en la libertad de mercado, la disciplina fiscal, el ajuste presupuestario como forma de contener la inflación, y la apertura a las importaciones de productos a un precio imposible de competir para la industria local fueron apagando los hornos y borrando del paisaje de la ciudad el humo que largaban las chimeneas.

Las fábricas de Avellaneda apenas recobrarían algo de vida en manos de los propios trabajadores, que recuperaron las instalaciones, las maquinarias y conformaron cooperativas. La literatura de Walsh, mientras tanto, crecería a un ritmo mucho más acelerado. En su justa medida.

“Más que las calles largas y monótonas, más que las plazas desfoliadas por el humo y los residuos, las fábricas son – eran – aquí los puntos de referencia: la papelera, la cristalería, la Ferrum, la textil.”

¿Quién Mató a Rosendo?, Rodolfo Walsh

Ese lugar que no puede llamarse hogar

Hay quienes se preocupan por si esta temporada, los zapatos de moda se muestran poco accesibles al bolsillo, por si el guardarropa también se resiste al cambio y peor si el tema de los mercados financieros o el dólar influyen en la vacaciones de este verano. Y hay otros que inexorablemente están fuera de esta realidad. Personas que son algo así como una fotografía cruel de la cotidianeidad de otros. Que van de a poco haciéndose parte del paisaje.
María Lidia es una abuela de aproximadamente 90 años. Vive en el pasillo de una zapatería ubicada en Cabildo al 1600, justo a la salida del subte D, estación José Hernández. Allí tiene sus bolsos con ropa y lo que llama la atención, una escoba y una palita prolijamente embaladas. Las vendedoras de la zapatería, les guardan los bolsos de día en el interior de la tienda. “Tengo miedo de que me roben cuando me voy a cuidarle la casa a las señoras”, dice esta abuela que tiene los ojos llenos de tristeza. Según ella, está esperando “que le salga la jubilación”. Ha trabajado gran parte de su vida como empleada doméstica en casas de “señoras de alcurnia” y siempre ha aportado para su retiro. El cual no espera que sea mucho, pero quizás le sirva “para alquilarse una piecita”.
Los familiares de María Lidia viven lejos y tampoco tiene un buen pasar. Cada vez que ella los va a visitar les cocina sus “especialidades y es un plato. Nos ponemos al día de la vida, nos reímos mucho”. Al evocar a su familia, se le llenan los ojos de lágrimas. Pero es un llanto que va más allá, que tiene muchos años.De pronto, en medio de la charla su discurso toma un cariz social y esta mujer se parece a la directora de un establecimiento educativo. “Me duele que la sociedad esté así. Que la familia ya no sea el baluarte de nuestro país. Vos ves a muchos chicos perdidos por ahí, sin apoyo, sin afecto y se te parte el alma. Porque en verdad, hay que asumir que hay personas que tiene cierta maldad pero hay otras que simplemente, no tienen opción”.
Y charla sobre la sociedad, sobre la vida, sobre la bondad de mucha gente en la que realmente cree. Todavía suelen llamarla las “señoras”de algunas casas, para que se las cuiden cuando se van un fin de semana, “o de día si no están, me dejan asearme. Yo aprovecho y les ordeno un poco la casa también porque no quiero aprovecharme”.Es difícil pensar que esta mujer de gestos delicados y buenos modales, quiera aprovecharse de alguien. No interfiere con la gente que acude a la zapatería, ni aprovecha el lugar para mendigar. A veces vuelve más temprano en la tarde, pero la idea es no molestar a los que amablemente la dejan guarecerse allí. Cada mañana y cada la noche, barre su pasillo para armarse su lugar en el mundo, sin odios ni rencores. María Lidia sólo espera que las cosas mejoren por el bien de cada persona de este país.
Si podés ayudarla, aunque sea sólo con una charla, ella está todos los días antes de las 9 y después de las 18.30 h en la zapatería OGGI .

Un partido de todos los vecinos

Desde el año 1996 existen en la ciudad de Buenos Aires unidades de gobierno barriales, más conocidas bajo el nombre de “comunas”. En ese momento fueron creadas por la Constitución de la Ciudad de Buenos Aires con el propósito de descentralizar el poder del Estado porteño y transferirlo a los vecinos de cada barrio.

Recién en el año 2005 se sancionó la “Ley de Comunas” que pretendía definir el funcionamiento, organización y competencias de las mismas. Ese año se conformó el mapa de unas 15 comunas y además se estableció convocar a elecciones de representantes comunales antes de fines de 2006. Sucede que por diversos intereses políticos y trabas burocráticas se fueron retrasando las esperadas elecciones de autoridades de Junta Comunal. Luego de idas y venidas se decidió que se realicen en agosto del 2008. Estamos en el mes de noviembre y las elecciones nunca se concretaron.

En medio de toda esta confusión, falta de datos y retrasos, un grupo de vecinos se reunió para conformar el Primer Partido Vecinal de la ciudad de Buenos Aires que se presentará cuando se realicen las elecciones en las Comunas.
La propuesta del gobierno es realizar el sufragio en el año 2009. Pero teniendo en cuenta estos antecedentes los vecinos están muy preocupados.

El presidente de la Junta promotora del partido, el Ingeniero Juan Carlos Dima, señala que unos de los objetivos de esta iniciativa es que “los políticos tradicionales no secuestren los espacios que son constitucionalmente dados para los vecinos”.

El partido vecinal agrupa a vecinos, asambleas, clubes barriales que bregan por aumentar la participación ciudadana y para generar un instrumento legal que permita a los vecinos ser electos para las Juntas Comunales.

Juan Carlos relata que las comunas tendrán presupuesto propio, funciones específicas como la actuación sobre el espacio público, la administración del patrimonio cultural y la posibilidad de presentar proyectos en la Legislatura.

A decir verdad, la propuesta de las comunas resulta muy atractiva para los que realmente quieren aportar y decidir sobre cuestiones de cada barrio. Y más alentadora es la iniciativa de este grupo de vecinos que propone “romper con el prejuicio de la palabra partido”. Juan Carlos lo diferencia del resto de los partidos nacionales: “Su rasgo diferenciador es que limita su acción al distrito en que se conforma”.

Los vecinos cada vez están más indefensos ante las decisiones que toman los políticos locales, por ello, “la solución -dice Juan Carlos- es convocar a todo aquel que quiera participar e invitarlo a formar parte del primer Partido Vecinal”.

Para más información: www.decomunacuerdo.com.ar contacto@decomunacuerdo.com.ar

jueves, 9 de octubre de 2008

La crisis habitacional, ¿a dónde iremos a parar?

¡Oh Barrio! Que me has visto nacer
y por tus calles correr.
Todavía siento la fragancia
que emanas al amanecer.

¡Oh!, (a otro Barrio) tu fisonomía cambia
pero tu esencia va más allá
dobla en la esquina
y se toma el 4 ramal “A”.

¡Oh!, (a otro Barrio) siempre pienso en ti
me he ido una, dos veces, mil.
pero nunca he olvidado
lo que has sido para mí.

¡Oh!, (a otro Barrio) ¿Qué voy a hacer?
A fin de mes termina el contrato de alquiler,
me vuelvo a mover;
otra vez te tengo que conocer.

¡Oh!, (a otro Barrio) Ya ni sé cómo te llamas
de tantas veces que me tuve que mudar
la tierra se negocia
no tengo donde un hogar asentar.

¡Oh!, (a otro Barrio) Ya nada es como antes
somos deambulantes.
dando vueltas por la ciudad
buscando un lugar donde parar.

De Almagro me fui en Caballito,
y a San Telmo le recé por mi Retiro
Once Flores llevé a la Recoleta
y sólo por esta no las llevé a Floresta.



Me cambio de barrio como de calzón

David Levy


El poema de David es síntoma de la cruel realidad del problema habitacional que acecha la ciudad. En Buenos Aires alrededor de 500 mil personas tienen serios problemas con respecto a este tema.

Pero la pérdida de la relación con el barrio es casi banal cuando 150 mil habitantes de la ciudad viven en villas miseria, 200 mil en casas ocupadas, 150 mil residen en conventillos, inquilinatos, hoteles y pensiones y más de tres mil se encuentran en situación de calle, según el Censo Nacional de Población que el INDEC realizó en el año 2001.

La época en la que las familias se asentaban en un lugar, con su casa propia, ha quedado en el recuerdo de algún viejo que no lo invadió el Alzheimer.

Por suerte el gobierno ha tomado cartas en el asunto. El Instituto de la Vivienda de la Ciudad de Buenos Aires planeó la construcción de 25 mil casas, las cuales debían realizarse a partir del año 2002 y estar listas para el 2006.

Agarremos la calculadora: si sumamos las 150 mil personas que residen en las villas, las 150 mil que viven en conventillos y hoteles, las 200 mil que están en casas ocupadas y las tres mil que viven en la calle, nos da como resultado: 503 mil personas. Para 25 mil casas son alrededor de 20 personas por casa. ¡Cuánto calor humano!

No es necesario ser jefe de cátedra de análisis matemático para notar que la política de la ciudad de Buenos Aires en relación a la tan nombrada situación habitacional deficitaria es un tanto deficitaria. Claro, sin nombrar que tales viviendas nunca fueron construidas.

Pero, ¿no estamos en pleno boom inmobiliario? ¿No es acaso este el mejor momento del sector de la construcción? Si miles y miles no tienen casa propia y estamos en un acelerado proceso de construcción, el problema debería resolverse en poco tiempo. No, nada es tan sencillo como parece.

Esas construcciones no están destinadas a mejorar las condiciones habitacionales de estas 500 mil personas. Están, contrariamente a lo que se podría pensar, ocasionando su expulsión. Es decir, que la furia por desalojar tiene como punta de lanza al propio Estado en su carácter de propietario. ¿Tendrá algo que ver con la intención vender esos predios fiscales y terrenos públicos?

Por otro lado, el Instituto de la Vivienda de la Ciudad no sólo se propuso la construcción de hogares que nunca se construyeron, sino que fue por más. Puso en marcha el funcionamiento de diferentes programas para la construcción y refacción de hogares, más el financiamiento para la compra de viviendas; pero el uso real de estos créditos se contradice con sus fines. Ante el interés por deshabitar las casas y hoteles ocupados, evitando la vía judicial para acelerar los negocios inmobiliarios, estos planes hacen las veces de incentivo para estimular a las familias a que abandonen pacíficamente las viviendas.

Ahora bien, cuando nada de esto funciona, existe un último recurso. Las familias que finalmente el gobierno desaloja de estas casas tomadas son enviadas, por el mismo gobierno, a alguno de los casi 70 hoteles contratados por él en la ciudad. Paga, para esto, entre 4 y 5 pesos por persona. En esas condiciones hay aproximadamente setenta mil personas. Reorientar esos fondos hacia soluciones habitacionales perdurables, no parece ser por ahora la intención.

Un espacio para todos

Los espacios verdes públicos de la ciudad siempre han sido un tema de conflicto.
Algunos gobiernos han hecho hincapié en la reconstrucción de las plazas. Es el caso del gobierno de Jorge Telerman, que durante su campaña se encargó del arreglo y decoración de muchos espacios verdes. Pero sólo fue eso: una “lavada de cara” efectuada en momentos decisivos de su gestión. Una vez finalizadas las elecciones, los gobiernos terminan haciendo oídos sordos a los reclamos de los vecinos.

Estos reclamos se vienen escuchando desde 1993, cuando se fundó la Asamblea Permanente por los Espacios Verdes Urbanos (APEVU). En agosto de ese año se realizaron las Primeras Jornadas por los Espacios Verdes Urbanos-Ciudad de Buenos Aires y alrededores. En ese momento se adhirieron unas 30 entidades vecinales de Capital y Gran Buenos Aires.

El arquitecto Osvaldo Guerrica Echevarría, presidente de la Asociación Amigos del Lago de Palermo y representante de APEVU, señala que desde entonces han realizado diversos encuentros y convocatorias. “Hicimos Las jornadas por los Espacios verdes, después tres Congresos Ambientales (en 1997, 1998 y 1999) y los Encuentros en defensa de las Tierras Públicas”. Explica que la asamblea brega por varios aspectos: la creación, el recupero y la protección de espacios verdes. “Entre el año 1995 y el 2005 se han logrado 60 hectáreas de nuevos espacios verdes, generados por las distintas asociaciones vecinales”. Sin embargo, el arquitecto afirma que “las asociaciones desaparecen ante la inauguración que hacen los intendentes o jefes de Gobierno. En realidad sólo van a cortar la cinta. Antes de esto, hubo cinco o diez años de lucha de una asociación vecinal”.

Uno de los últimos logros de APEVU fue la recuperación de 10 hectáreas del Parque Tres de Febrero que estaban invadidas ilegalmente por clubes y varias concesionarias, y todavía falta recuperar otras 30 hectáreas. Guerrica asegura que “el club de Gimnasia y Esgrima, tradicional pirata e invasor de espacios verdes, quiere hacer un estadio para 12 mil personas en un área de protección histórica. El presidente del club es amigo de Macri”. Y agrega que “el gobierno actual de la ciudad es un desastre, no hay con quien hablar. Se han acentuado los problemas de antes”.

El presidente de la Asociación Amigos del Lago de Palermo apunta con más dureza al decir que “el propósito no es solucionar los temas, ni generar espacios verdes, el propósito es hacer negocios. El ministro de Ambiente y Espacio Público, Juan Pablo Piccardo, es un ex presidente de Isenbeck que lo echaron de la empresa por malversación de fondos”.

Por último, Guerrica Echevarría asegura que, a pesar de los obstáculos, su lucha es continua y que por eso están organizando para fines de noviembre, junto con otras redes, una convocatoria llamada “Queremos Buenos Aires”. Un espacio que no sólo atenderá a los espacios verdes sino que se preocupará de la Emergencia urbana, ambiental, social y patrimonial del Área Metropolitana Buenos Aires.

Para más información: http://www.apevu.blogspot.com/

Perdido en el tiempo

Fue un descubrimiento de esos que cambian la fisonomía del lugar, de una vez y para siempre. A dos cuadras de la estación Barrancas de Belgrano, derecho por la calle Juramento hacia el bajo está la tienda del “Abuelo”. Así le dicen los vecinos del barrio a este hombre que, perdido en su local atiborrado de botones, levanta su mirada atenta para recibir a los visitantes.
Las ventanas grises por el polvo, el mostrador de madera apolillado y las interminables cajas con incontables botones de todos los estilos y tamaño envuelven al “Abuelo” en una dimensión irreal. Los compradores casuales son también casi personajes de Tim Burton. Lo cierto es que este hombre de edad y nombre inciertos, se mantiene con este local y una jubilación irrisoria, fruto de un trabajo en el Estado que según sus palabras le “dieron más disgustos que alegrías”, pero que por lo menos mantenían feliz a su esposa. Ese local fue de su mujer según deja entrever en su discurso.
Ella falleció hace muchos años, no se acuerda bien cuántos. Y con su muerte se cerró una etapa de su vida. “El peor usurero- para este hombre de mirada gris- es la soledad” . No cuesta adivinar por qué. Pese a su lento caminar y al cuerpo que parece caérsele encima, todas las mañanas le pega una barrida a su tienda, levanta la persiana y se sienta en la silla, bien en el fondo oscuro donde apenas pueden verse sus canas. El “Abuelo” no recibe proveedores, ni cuentas de luz, ni inspectores de AFIP. Está más allá de la crisis financiera mundial o de las renovadas marchas del campo, de docentes y de taxistas. “Yo, a esta altura, no espero nada de la vida. Trabajo y me alimento como siempre. Sólo quiero estar en paz y que a todos les vaya bien”.
Sin embargo, cada día este hombre aguarda la llegada de alguien que busque alguno de esos miles de botones, quizás para vivir una fugaz compañía.

El local del “Abuelo” se encuentra en Juramento 1453. No quiso darme una entrevista. Sólo charlar.

De nombres y misterios


Ubicado sobre la Avenida más larga de Buenos Aires con la que comparte el nombre, se ubica el Parque Rivadavia, pulmón del barrio de Caballito y un testigo perenne del pasado.
El predio que ocupa el Parque pertenecía a Ambrosio Lézica. En ese lugar se ubicaba su quinta familiar; pero el 17 de julio de 1928 se transformó en un espacio público. La inauguración estaba demorada desde 1913 debido a que los herederos de don Ambrosio pretendían mayores cifras en la expropiación del predio, como así también que el Parque llevase su nombre, pero no lo lograron.
Lézica, un vivaz hombre de negocios, había incrementado su fortuna por ser proveedor de yerba y tabaco del ejército argentino en la guerra del Paraguay. “La ironía es que justo enfrente del Parque y de lo que antes era la quinta Lezica, se encuentra la Parroquia Nuestra Señora de Caacupé, patrona del Paraguay” explicó Marina Bussio, miembro de la junta de estudios históricos del Caballito.
Quizás otra de las ironías que envuelven a este lugar sea que en el mismo no se halle siquiera una estatua o recordatorio de Bernardino Rivadavia, personaje cuestionado por algunos historiadores debido a su relación con los funcionarios británicos, en especial por la firma del tratado de Libre Comercio y Amistad. En cambio, en el centro del Parque se erige el monumento al libertador Simón Bolívar, militar y político, libertador de América del Sur.
Más allá de todo, uno de los datos más coloridos y misteriosos que posee el Parque es su fantasma. El espíritu de la planchadora quien habría sido degollada en la parte trasera de la quinta. Aún hoy algunos vecinos dicen escuchar sus gemidos y otros afirman haberla visto vagar en la oscuridad del Parque.

jueves, 25 de septiembre de 2008

Rico, abundante y rápido

Basta con poner un pie en La Perlita de Once para respirar un clima agradable, percibir un aroma que augura una comida exquisita y sentirse como en casa. Un mozo radiante nos da una cálida bienvenida, nos pregunta atentamente si queremos una mesa y nos entrega una carta mientras describe con lujo de detalles los platos del día. Las caras sonrientes de los comensales, las elegantes piruetas que hacen los camareros para no dejar a nadie sin atender y la nunca menguante concurrencia motivan a cualquiera que visita el lugar por primera vez a pensar acertadamente: “acá se debe comer bien”.

Don Caro es el dueño de La Perlita. Su ceño fruncido y su aspecto arisco no son más que una simple máscara que cubre a un hombre cálido y cordial que se ofrece a contar con entusiasmo todos los secretos del restaurante y de sus miembros: “Acá nos queremos mucho, nos conocemos hace tanto tiempo que somos como una familia. Hace poco falleció Pedro, el parrillero, y fue un gran dolor para todos. Lo conocíamos desde que abrimos el local”, se entristece Don Caro. 24 años atrás, La Perlita abrió sus puertas por primera vez y, según el dueño y los mozos, los clientes más antiguos aún siguen eligiendo este clásico de Once.

“Venimos acá desde que ella era bebé. Conocemos a los mozos y nos atienden como reyes, comemos siempre bien y no gastamos mucho”, dice Isabel mientras señala a su hija veinteañera y saborea una porción de pizza que le acaban de servir como entrada. La panera de La Perlita en tan deliciosa y abundante que dejaría satisfecho a cualquier estómago de poco comer: empanaditas de carne, pizza recién hecha a la parrilla, tostadas a la provenzal, pan, manteca y, por si faltaba algo, una copa de champagne helado.

En La Perlita se come de todo, pero la parrilla y las Picadas ibéricas españolas son los platos preferidos de los clientes. Sin embargo la mejor elección es siempre uno de los platos del día. Entre las ofertas clásicas, son muy recomendables la Entraña a la parrilla con ensalada de rúcula, tomates secos y orégano, los Sorrentinos de jamón y queso con salsa de crema, filetto y oporto, y las Costillitas de cerdo al pimentón. La carta de La Perlita presenta un abanico tan amplio de opciones que entusiasma a todos los paladares y pone en un verdadero aprieto a los más indecisos.

El sabor de la comida, el esmero puesto en la atención, el ambiente familiar y los razonables precios hacen que el comensal no pueda resistirse al deseo de repetir la experiencia. Porque si hay algo que Don Caro y todos los que hacen este espacio tradicional de Once tienen bien claro es cómo hacer para que el cliente vuelva. Y lo vienen practicando con éxito desde 1984.

La Perlita abre de lunes a domingo de 7 a 2 a.m. Precio: $20 a $40. Jujuy 74. Tel: 4861-9800 / 4862-9769 / 4867-5614


Un paseo por la historia

Muchos piensan que el Museo Saavedra recrea la vida de este prócer. En realidad, solo lleva el apellido de Don Cornelio.

El 6 de octubre de 1921 nació bajo el nombre Museo Municipal de Buenos Aires. Luego de haber pasado por numerosas sedes, en 1942 se trasladó a la chacra que perteneció al sobrino de Cornelio de Saavedra, Luis María Saavedra.

Desde entonces, en esta casona ubicada junto al parque General Paz, se expone la historia de la ciudad, sus principales acontecimientos sociales, políticos y económicos.

Podemos encontrar colecciones de platería urbana y rural, ambientes que recrean los salones familiares del siglo XIX, objetos y mobiliarios de la burguesía porteña, peinetones y coqueterías femeninas. En sus diez salas, se exhiben testimonios del proceso emancipador del país y de Sudamérica, la historia de la moneda argentina, cuadros de Leonie Matthis que expresan la evolución edilicia de la Plaza de Mayo y una pintoresca sala de armas y soldaditos de plomo.

“Viva la Confederación Argentina, mueran los salvajes, asquerosos, inmundos unitarios” dicen las divisas punzó y las banderas colgadas en las paredes del salón dedicado a Juan Manuel de Rosas. Un cañón utilizado durante las invasiones inglesas y un botón del uniforme de Santiago de Liniers son algunas de las curiosidades de este espacio dedicado a la ciudad.

El Museo Histórico de Buenos Aires Cornelio de Saavedra invita también a los vecinos a disfrutar de obras de teatro al aire libre, otra forma de recorrer la historia de nuestra ciudad y del barrio que lo rodea.

Dirección:
Crisólogo Larralde 6309. Tel. 4572-0746 / 4574-1328

Horario:
Martes a viernes de 9 a 18 hs. Sábados, domingos y feriados de 10 a 20 hs.

Entrada:
General: $1. Martes y miércoles, gratis.

Vías de transporte:
Líneas de Colectivos: 21, 28, 110, 111, 112, 117, 127, 140, 142, 175, 176.

Vivir dando vueltas

“Yira, Yira...aunque te quiebre la vida, aunque te muerda un dolor...”, cantó Jorge Alberto López, quien hace un año vive en una calesita abandonada del barrio de Saavedra.
“Ahora estoy juntando plata, tengo que llegar a 30 pesos así puedo sacar el documento, alquilar un lugar para vivir y bañarme todos los días”, confesó Jorge. El dinero que espera cobrar corresponde a una pensión por edad avanzada.
López tiene 80 años, hace cuatro que vive en la calle, no tiene familia y la gente del barrio lo ayuda llevándole comida y ropa. Además, el anciano junta plástico: gana 70 centavos por kilo.
Todo lo que consigue puede verse en la calesita. En la entrada, dos banderas de Boca cuelgan del alambrado que rodea al juego. Adentro, una escoba rota, sillas de plástico amontonadas y un pasacalle que Jorge usa como rompevientos. El techo de la calesita, le sirve para secar la ropa que lava en una estación de servicio.
Antes de vivir en la calle, Jorge trabajó de mozo durante 10 años y después de peón taximetrero, pero en negro. Cuando se le venció el registro de conducir, le robaron el taxi. Solo y sin dinero buscó trabajo, pero por su edad nadie lo quiso emplear.
“Estaba caminando, buscando trabajo y me caí; todos pensaron que estaba borracho, pero a mí me dolía el corazón”, sostuvo el hombre de la calesita. Había sufrido un preinfarto. Estuvo internado en el hospital Pirovano dos semanas. “En el hospital comía 3 veces por día, no me quería ir”, explica Jorge.
Sin familia y sin techo, López dio vueltas por toda la Capital. Vivió en una galería, en subtes, en una cancha de bochas y en la entrada de un Centro de jubilados; hasta que finalmente encontró la calesita.
En medio de tanta pobreza, Jorge no duda en que siempre hay algo para dar y por eso invita a otras personas sin techo a su humilde morada. Allí pueden resguardarse de la lluvia o dormir reparados del viento. “Mientras puedo ayudo, somos muchos los que estamos sin casa”, afirmó este hombre de barba gris, larga y desprolija.
Su mayor deseo es poder bañarse todos los días, tiene frío y de noche los mosquitos no lo dejan dormir. “Algún día va a salir el tiro por el lado de la justicia, pero no sale nunca”, concluyó el hombre de la calesita.

jueves, 11 de septiembre de 2008

Por la vocación de barrio


¿Dónde está el sol? ¿Dónde fue a parar nuestra intimidad? ¿Por qué ya no nos respetan? Estas son sólo algunas de las preguntas que los vecinos de Ramos Mejía aún no pueden responder.
Desde hace cuatro años, la construcción indiscriminada de viviendas llevó al colapso de la red de servicios. Además, el aumento del tránsito vehicular y la alta contaminación visual alteraron fuertemente la vocación de barrio, su identidad.

Los gigantes de cemento no sólo quitan todo tipo de intimidad y cada uno de los rayos del sol, sino que también devalúan las viviendas y hacen escasear los servicios. “En Ramos Mejía las cloacas se hicieron en 1960, en ese momento había 80.000 personas ahora somos 220.000 y son las mismas cloacas. Pese a que todavía la mayoría de los edificios están sin habitar, ya notamos poca presión de agua y gas, bajas de tensión eléctrica, desbordes en las conexiones de cloaca e inundaciones”, manifiesta Miguel Presa, vecino de Ramos y máximo exponente de la organización “Vecinos Autoconvocados de Urquiza y Espora”. Miguel también es víctima de la fiebre edilicia que cercó su domicilio, convirtiéndolo en un prisionero.

Este vecino, que además es músico y mago, tuvo que convertirse también en abogado para poder defender su causa. Sin dudas, a Miguel le encantaría hacer magia para que quiten el edificio que plantaron al lado de su casa, “pero esto no se arregla con magia, es más simple: cumplir con las leyes”, explica Miguel. “La ley de suelo dice que el Factor de Ocupación del Suelo (F.O.S) no puede superar el 60 % del suelo, yo no soy un justiciero, digo lo que dice la ley”.

En aproximadamente 90 días debe darse a conocer el nuevo código de planeamiento urbano anunciado por el intendente de La Matanza, Fernando Espinoza, que entre sus propuestas busca transformar la zona en unifamiliar y limitar la altura de las torres que se estén por construir. Esta normativa que frenaría la construcción desorbitada de edificios termina por reconocer la ilegalidad que esta padeciendo Ramos en materia edilicia. Sin embargo, esto no soluciona el reclamo original de los vecinos de Ramos Mejía quienes siguen padeciendo la presencia de los gigantes. “Estoy de acuerdo con que se limite toda esta situación, pero al lado de mi casa sigue estando el edificio ilegal”, asegura Miguel. “Las autoridades de la municipalidad afirman que nunca se demolieron edificios en Ramos y yo les respondo que los vecinos tampoco nunca los pedimos”.

El placer de comer como en casa

Una casona ambientada al estilo europeo, una pizpireta metre de 19 años y un pez espada al estilo limeño que dejaría sin aliento a cualquier fanático de los frutos del mar. Todo eso se concentra en Tía Margarita, un restaurante tan concurrido como familiar que descansa sobre el centro geográfico de la ciudad y que se especializa en pescados y mariscos. Un clásico de Caballito.

La esquina de Pedro Goyena y José María Moreno no sería igual si no fuera por este espacio tradicional, donde disfrutar de una buena comida se ha transformado en el deporte preferido de los visitantes.

Hace 20 años que Tía Margarita abre sus puertas todos los días: mediodía y noche. “Vimos pasar generaciones y generaciones. Hay muchos clientes que venían cuando eran chicos y hoy vienen con sus hijos”, cuenta Omar, que ha sido encargado del restaurante por 19 años y no puede ocultar su orgullo y emoción. A unos metros de distancia lo mira Juan, el mozo más antiguo de todos, tan entusiasmado con la entrevista que interrumpe continuamente y hasta se atreve a opinar sobre la redacción de la nota: “Poné que los mozos son los mismos de siempre, no los cambian nunca. Eso es importante”, acota atolondrado. Cualquiera que entra al restaurante se encuentra con camareros contentos, que disfrutan de su trabajo y se complacen en atender a los comensales.

La sonrisa de Sabrina, cálida y desvergonzada, es la puerta de entrada a Tía Margarita. La joven metre es una muestra gratis del clima agradable que se respira dentro del lugar. Hace chistes constantemente mientras enumera con gusto las sugerencias de la casa: la Ensalada Nas Rocas, con endivias, palta, camarones, palmitos y mayonesa, y el Abadejo Melanzane, acompañado por un timbal de berenjenas, jamón crudo y muzzarella de búfala. De postre, el Krakatoa, un volcán de chocolate relleno de ganache y flambeado al rhum. Un hechizo tan poderoso que obligaría a cualquier nutricionista puritano a sucumbir en la tentación hipercalórica.

Una advertencia para los ansiosos: hay que armarse de paciencia para tolerar una larga espera, porque en la cocina se toman su tiempo para elaborar los platos. De todas formas, una buena panera y la acertadísima decisión de servir champagne helado como entrada sirven para mitigar las almas hambrientas.

Pero lo más importante es que, cuando por fin llega el plato, el cliente descubre gozoso que la espera, sencillamente, valió la pena.

Tía Margarita abre de lunes a viernes de 12 a 17 y de 20 a 1 hs. Precio: $30 a $50. Pedro Goyena 500, Tel. 4925-3544







¿Qué es Deambulantes?

Una Casa para todos

Entre el lunfardo y el mercado, a metros del pasaje Gardel, en la intersección de Anchorena y Zelaya, se levanta una antigua casa rectangular pintada de verde musgo. El nombre lo dice todo Casa Abasto. Esa herencia familiar devenida en Centro Cultural es obra y arte de Noemí Pedrini, su fundadora y dueña.

El lugar funciona como centro cultural y social que integra diversas actividades gratuitas para los vecinos del barrio. Cuenta con un bar, talleres de plástica, música, una biblioteca, una huerta y una juegoteca para los más chicos. Estas actividades forman parte de un programa que involucra una amplia red social que trasciende la frontera argentina.

Noemí relata que la experiencia ha sido muy enriquecedora. Sin embargo, también ha padecido robos que la desvalijaron por completo. “A veces se hizo cuesta arriba. Todo está hecho a pulmón, y cada cosa que te quitan es difícil de recuperar”, dice esta mujer que está acostumbrada a la lucha y también a las pérdidas.

Pero el pasado no existe en este lugar. Quizás tampoco para ella, quien cuenta entusiasmada el relanzamiento del Teatro Comunitario que abrirá sus puertas para mediados de octubre. “En su momento ideamos esto con mucha expectativa y participación. Pero las personas a cargo del programa no estuvieron a la altura de las circunstancias y decidí que no tenía sentido. El compromiso con el arte, y más con este tipo de arte social -por llamarlo de algún modo- requiere pasión y conciencia, entrega para con el otro”.

Esa entrega se refleja en Casa Abasto, que invita asomarse por las ventanas e involucrarse con la realidad de cada vecino del barrio.

Para visitar CASA ABASTO, pueden acercarse a: Anchorena 628
Tel: 4865-7385
Próximante lanzará su blog.

Nueva Pompeya, viejas estrellas que ya no brillan

El dibujo de las baldosas iguales se repite vereda a vereda. El blanco, en poco tiempo, ya tomó el color gris de un sucio impregnado. Los chicles masticados se pegan en los cuadros que forman la textura del piso. Un boleto perdido choca con una botella vacía que fue tirada, ya sin vida, al suelo. Los papeles abandonados esquivan, gracias al viento, los pisotones de los transeúntes. Y entre ellos se mezclan los cuerpos arrojados con vida que apenas son esquivados por las personas que apresuran su paso cuando los ven.

Pompeya lejos está de ser un barrio acogedor. La esquina Centenera y Tabaré le da su impronta arrabalera y pintoresca, pero la avenida Sáenz -que nace cuando termina el Puente Alsina- se encarga de vaciar ese aire porteño hasta reducirlo a su sentido más desolador.

En el aire se siente la humedad del llanto seco de aquellos que padecen el peor rostro de un sistema capaz de excluir a los márgenes más desesperantes. Pompeya es una foto cruda de una realidad alarmante.

Por decenas se puede ver niños harapientos, correteando por el lugar, pidiendo una moneda, arrojando piedras a los negocios, o arrancando algún metal que le sobre a un colectivo. De noche, buscan refugio. La iglesia de Pompeya cierra sus puertas y el viento abre sus brazos.

Barrio de Pompeya le han robado las estrellas, nada brilla en su seno. La tristeza se despereza entre sus calles y el colectivo pasa ajeno. Pronto se acostumbra a que ya nada lo alumbra, y entre las penumbras se extiende una mano que no encuentra nada y se pierde de nuevo.


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